Un tributo a la memoria de Lester Piggott
Por Enrique Salazar
Con la desaparición física de Lester Piggott, la hípica mundial se despide de quien quizás representó el último ícono viviente de aquellos grandes profesionales de la fusta que realizaron sus hazañas durante el siglo XX. El gran jinete falleció a los 86 años en un hospital suizo, causando un triste ruido en todas las rotativas y medios de comunicación, deportivos o no, del mundo, el pasado domingo 29 de mayo. Ello sucedió porque Piggott no era sólo un ícono del deporte hípico, sino que representaba una personalidad mundialmente reconocida, aunque gran parte de las multitudes que le idolatran no fueron testigos de sus múltiples hazañas, que le mantuvieron en la cresta de la ola por décadas en su profesión, una profesión que casi fue un designio de vida.
Lester Piggott nació para ser jinete. Todo el entorno que le recibió al nacer, aquel 5 de noviembre de 1935, estaba atado por un lazo fuerte a la hípica. Su padre, Keith Piggott, fue un entrenador triunfador. Su abuelo, Ernie Piggott, fue un jinete líder en pruebas con obstáculos (Steeplechase) durante la segunda década del siglo XX. El abuelo lideró tres veces la estadística entre sus colegas del Reino Unido, habiendo vencido, tres veces también, en el codiciado Grand National Stakes inglés. Por otro lado, su madre, Iris, era la hija de un jinete importante, Fred RickabySenior, el mayor de una dinastía de jinetes exitosos, tales como su hijo Fred Rickaby Jr. y un par de sobrinos, a saber, su homónimo (Fred Rickaby), dos veces campeón aprendiz a comienzos de 1930 y luego entrenador en Suráfrica; y Bill Rickaby, un jinete líder en Inglaterra entre los años 30 y 60 del siglo XX. Su misma madre fue una talentosa jineta y llegó a ganar el Town Plate en Newmarket durante la temporada 1928, para entonces la única prueba inglesa en la que se permitía montar a las mujeres.